viernes, 15 de marzo de 2013

Pequeñas Semillitas 1974


PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 8 - Número 1974 ~ Viernes 15 de Marzo de 2013
- AÑO DE LA FE -
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
   

Alabado sea Jesucristo…
A medida que pasan las horas desde la elección del Papa Francisco, el mundo no termina de salir de su sorpresa, ya que a priori, el jesuita  argentino Cardenal Bergoglio no era de los considerados “candidatos”. Pero cabría preguntarse: ¿”Candidato” de quién...? De los supuestos entendidos, o vaticanistas, o como se les quiera llamar. Pero los cardenales electores, una vez más, sólo escucharon la voz del Espíritu Santo y nos han regalado un gran pastor que no tengo dudas sorprenderá al mundo y con el transcurrir de los días lo asombrará con su inteligencia, su humildad, su espiritualidad, su ardor evangélico y su calidad para conducir la Iglesia precisamente en tiempos de la Nueva Evangelización, haciéndola salir de sus aposentos tradicionales para ir hacia el mundo en busca de la gente.
Y es nuestro compromiso, como miembros de esa Iglesia a la que pertenecemos activamente desde el día de nuestro bautismo, participar con entusiasmo en la tarea evangelizadora para hacer conocer a Cristo. Cada uno en la medida de sus posibilidades. Con la acción o con la oración. Pero con el mismo espíritu decidido y generoso al que nos llama el Papa Francisco, que en su primera misa ante los cardenales instó a “caminar siempre a la luz del Señor y a edificar la Iglesia siendo piedras vivas”.
Recordemos todos los días su expreso pedido cuando salió por primera vez al balcón en la Basílica de San Pedro luego de su elección: recemos por él.


La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy


En aquel tiempo, Jesús estaba en Galilea, y no podía andar por Judea, porque los judíos buscaban matarle. Se acercaba la fiesta judía de las Tiendas. Después que sus hermanos subieron a la fiesta, entonces Él también subió no manifiestamente, sino de incógnito.
Mediada ya la fiesta, subió Jesús al Templo y se puso a enseñar. Decían algunos de los de Jerusalén: «¿No es a ése a quien quieren matar? Mirad cómo habla con toda libertad y no le dicen nada. ¿Habrán reconocido de veras las autoridades que éste es el Cristo? Pero éste sabemos de dónde es, mientras que, cuando venga el Cristo, nadie sabrá de dónde es». Gritó, pues, Jesús, enseñando en el Templo y diciendo: «Me conocéis a mí y sabéis de dónde soy. Pero yo no he venido por mi cuenta; sino que me envió el que es veraz; pero vosotros no le conocéis. Yo le conozco, porque vengo de Él y Él es el que me ha enviado». Querían, pues, detenerle, pero nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora.
(Jn 7,1-2.10.14.25-30)

Comentario
Hoy, el evangelista Juan nos dice que a Jesús «no [le] había llegado su hora» (Jn 7,30). Se refiere a la hora de la Cruz, al preciso y precioso tiempo de darse por los pecados de la entera Humanidad. Todavía no ha llegado la hora, pero ya se encuentra muy cerca. Será el Viernes Santo cuando el Señor llevará hasta el fin la voluntad del padre Celestial y sentirá —como escribía el Cardenal Wojtyla— todo «el peso de aquella hora, en la que el Siervo de Yahvé ha de cumplir la profecía de Isaías, pronunciado su “sí”».
Cristo —en su constante anhelo sacerdotal— habla muchísimas veces de esta hora definitiva y determinante (Mt 26,45; Mc 14,35; Lc 22,53; Jn 7,30; 12,27; 17,1). Toda la vida del Señor se verá dominada por la hora suprema y la deseará con todo el corazón: «Con un bautismo he de ser bautizado, y ¡cómo me siento urgido hasta que se realice!» (Lc 12,50). Y «la víspera de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, como hubiera amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13,1). Aquel viernes, nuestro Redentor entregará su espíritu a las manos del Padre, y desde aquel momento su misión ya cumplida pasará a ser la misión de la Iglesia y de todos sus miembros, animados por el Espíritu Santo.
A partir de la hora de Getsemaní, de la muerte en la Cruz y la Resurrección, la vida empezada por Jesús «guía toda la Historia» (Catecismo de la Iglesia n. 1165). La vida, el trabajo, la oración, la entrega de Cristo se hace presente ahora en su Iglesia: es también la hora del Cuerpo del Señor; su hora deviene nuestra hora, la de acompañarlo en la oración de Getsemaní, «siempre despiertos —como afirmaba Pascal— apoyándole en su agonía, hasta el final de los tiempos». Es la hora de actuar como miembros vivos de Cristo. Por esto, «al igual que la Pascua de Jesús, sucedida “una vez por todas” permanece siempre actual, de la misma manera la oración de la Hora de Jesús sigue presente en la Liturgia de la Iglesia» (Catecismo de la Iglesia n. 2746).
Rev. D. Josep VALL i Mundó (Barcelona, España)


Santoral Católico:
Santa Luisa de Marillac
Fundadora, con San Vicente de Paúl,
de la Hijas de la Caridad


Nació en París en 1591, Hija de Louis de Marillac, señor de Ferrieres. Perdió a su madre desde temprana edad, pero tuvo una buena educación, gracias, en parte, a los monjes de Poissy, a cuyos cuidados fue confiada por un tiempo, y en parte, a la instrucción personal de su propio padre, que murió cuando ella tenía poco más de quince años. Luisa había deseado hacerse hermana capuchina, pero el que entonces era su confesor, capuchino él mismo, la disuadió de ello a causa de su endeble salud. Finalmente se le encontró un esposo digno: Antonio Le Gras, hombre que parecía destinado a una distinguida carrera y que ella aceptó. Tuvieron un hijo. En el período en que Antonio estuvo gravemente enfermo, ella lo cuidó con esmero y completa dedicación. Desgraciadamente, Luisa sucumbió a la tentación de considerar esta enfermedad como un castigo por no haber mostrado su agradecimiento a Dios, que la colmaba de bendiciones, y estas angustias de conciencia fueron motivos de largos períodos de dudas y aridez espiritual. Tuvo, sin embargo, la buena fortuna de conocer a San Francisco de Sales, quien pasó algunos meses en París, durante el año 1619. De él recibió la dirección más sabia y comprensiva. Pero París no era el lugar del santo.

Un poco antes de la muerte de su esposo, Luisa hizo voto de no contraer matrimonio de nuevo y dedicarse totalmente al servicio de Dios. Después, tuvo una extraña visión espiritual en la que sintió disipadas sus dudas y comprendió que había sido escogida para llevar a cabo una gran obra en el futuro, bajo la guía de un director a quien ella no conocía aun. Antonio Le Gras murió en 1625. Pero ya para entonces Luisa había conocido a "Monsieur Vicente", quien mostró al principio cierta renuncia en ser su confesor, pero al fin consintió. San Vicente en aquel tiempo estaba organizando sus "Conferencias de Caridad", con el objeto de remediar la espantosa miseria que existía entre la gente del campo, para ello necesitaba una buena organización y un gran número de cooperadores. La supervisión y la dirección de alguien que infundiera absoluto respeto y que tuviera, a la vez, el tacto suficiente para ganarse los corazones y mostrarles el buen camino con su ejemplo.

A medida que fue conociendo más profundamente a "Mademoiselle Le Gras", San Vicente descubrió que tenía a la mano el preciso instrumento que necesitaba. Era una mujer decidida y valiente, dotada de clara inteligencia y una maravillosa constancia, a pesar de la debilidad de salud y, quizás lo más importante de todo, tenía la virtud de olvidarse completamente de sí misma por el bien de los demás. Tan pronto como San Vicente le habló de sus propósitos, Luisa comprendió que se trataba de una obra para la gloria de Dios. Quizás nunca existió una obra religiosa tan grande o tan firme, llevada a cabo con menos sensacionalismo, que la fundación de la sociedad, que fue conocida como "Hijas de la Caridad" y que se ha ganado el respeto de los hombres de las más diversas creencias en todas partes del mundo. Solamente después de cinco años de trato personal con Mlle. Le Gras, Monsieur Vicente, que siempre tenía paciencia para esperar la oportunidad enviada por Dios, mandó a esta dama devota, en mayo de 1629, a hacer lo que podríamos llamar una visita a "La Caridad" de Montmirail. Esta fue la precursora de muchas misiones similares y, a pesar de la mala salud de la señorita, tomada muy en cuenta por San Vicente, ella no retrocedió ante las molestias y sacrificios.

En 1633, fue necesario establecer una especie de centro de entrenamiento o noviciado, en la calle que entonces se conocía como Fosses-Saint-Victor. Ahí estaba la vieja casona que Le Gras había alquilado para sí misma después de la muerte de su esposo, donde dio hospitalidad a las primeras candidatas que fueron aceptadas para el servicio de los pobres y enfermos; cuatro sencillas personas cuyos verdaderos nombres quedaron en el anonimato. Estas, con Luisa como directora, formaron el grano de mostaza que ha crecido hasta convertirse en la organización mundialmente conocida como Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Su expansión fue rápida. Pronto se hizo evidente que convendría tener alguna regla de vida y alguna garantía de estabilidad. Desde hacía tiempo, Luisa había querido ligarse a este servicio con voto, pero San Vicente, siempre prudente y en espera de una clara manifestación de la voluntad de Dios, había contenido su ardor. Pero en 1634, el deseo de la santa se cumplió. San Vicente tenía completa confianza en su hija espiritual y fue ella misma la que redactó una especie de regla de vida que deberían seguir los miembros de la asociación. La sustancia de este documento forma la médula de la observancia religiosa de las Hermanas de la Caridad Aunque éste fue un gran paso hacia adelante, el reconocimiento de las Hermanas de la Caridad como un instituto de monjas, estaba todavía lejos.

En la actualidad, la blanca cofia y el hábito azul al que sus hijas han permanecido fieles durante cerca de 300 años, llaman inmediatamente la atención en cualquier muchedumbre. Este hábito es tan sólo la copia de los trajes que antaño usaban las campesinas. San Vicente, enemigo de toda pretensión, se opuso a que sus hijas reclamaran siquiera una distinción en sus vestidos para imponer ese respeto que provoca el hábito religioso. No fue sino hasta 1642, cuando permitió a cuatro miembros de su institución hacer votos anuales de pobreza, castidad y obediencia y, solamente 13 años después, obtuvo en Roma la formal aprobación del instituto y colocó a las hermanas definitivamente bajo la dirección de la propia congregación de San Vicente.

Mientras tanto, las buenas obras de las hijas de la caridad se habían multiplicado aceleradamente. En el desarrollo de todas estas obras, Mlle. Le Gras soportaba la parte más pesada de la carga. Había dado un maravilloso ejemplo en Angers, al hacerse cargo de un hospital terriblemente descuidado. El esfuerzo había sido tan grande, que a pesar de la ayuda enorme que le prestaron sus colaboradores, sufrió una severa postración que fue diagnosticada erróneamente, como un caso de fiebre infecciosa. En París había cuidado con esmero a los afectados durante una epidemia y, a pesar de su delicada constitución, había soportado la prueba. Los frecuentes viajes, impuestos por sus obligaciones, habrían puesto a prueba la resistencia de un ser más robusto; pero ella estaba siempre a la mano cuando se la requería, llena de entusiasmo y creando a su alrededor una atmósfera de gozo y de paz. Como sabemos por sus cartas a San Vicente y a otros, solamente dos cosas le preocupaban: una era el respeto y veneración con que se le acogía en sus visitas; la otra era la ansiedad por el bienestar espiritual de su hijo Miguel.

En el año de 1660, San Vicente contaba ochenta años y estaba ya muy débil. La santa habría dado cualquier cosa por ver una vez más a su amado padre, pero este consuelo le fue negado. Sin embargo, su alma estaba en paz; el trabajo de su vida había sido maravillosamente bendecido y ella se sacrificó sin queja alguna, diciendo a las que la rodeaban que era feliz de poder ofrecer a Dios esta última privación. La preocupación de sus últimos días fue la de siempre, como lo dijo a sus abatidas hermanas: "Sed empeñosas en el servicio de los pobres... amad a los pobres, honradlos, hijas mías, y honraréis al mismo Cristo".

Santa Luisa de Marillac murió el 15 de marzo de 1660; y San Vicente la siguió al cielo tan sólo seis meses después. Fue canonizada en 1934.

Fuente: Catholic.net


¡Buenos días!

Un hombre y un león juntos

Cuántas veces ansiamos maravillosos jardines que se ven a lo lejos en el horizonte, mientras nos olvidamos de aspirar la fragancia y admirar la belleza del rosal que florece en nuestra ventana. Gran parte de la infelicidad humana nace de no valorar todo lo que tenemos y dejarnos arrastrar por la envidia, comparándonos con los demás.

En cierta ocasión viajaban juntos un hombre y un león. Iban discutiendo quién era más valiente luchador, cuando, en una encrucijada, encontraron una estatua de piedra que representaba a un hombre estrangulando a un león. —Ahí ves cómo somos más fuertes que ustedes, dijo el hombre señalándosela al león. —Si los leones supieran esculpir, respondió el león con una sonrisa, verías a muchos más hombres entre las garras del león. (Esopo).

Es fundamental convencerme que si quiero ser yo mismo, el único punto de referencia para superarme soy yo. No necesito compararme con nadie más. Lo correcto es conocer mis talentos y habilidades, alegrarme de lo que tengo y no vivir ansioso por mis límites y carencias. Que esto te ayude a vivir con equilibrio y en paz tu propia realidad, tu propia verdad.

Padre Natalio


La frase de hoy

“Así como el pontificado de Juan Pablo II
significó el final del comunismo en Europa,
tengo mucha fe en que el pontificado de Francisco
significará el final de los populismos en América Latina”

Felipe de Urca


Tema del día:
Francisco, quiero trabajar contigo


¿Quién eres tú, Francisco? ¿Por qué me sorprende tanto verte? ¿Por qué es tanta la expectativa a tu alrededor? ¿Qué es lo que vas a hacer? ¿Vas a trabajar?

Todas las mañanas, cuando llevo a mi hermana a la escuela, rezamos un Padrenuestro y luego un Ave María. No conozco muchas más oraciones, y de hecho, son esas las que más nos gustan, por su sencillez y su universalidad. Las puede rezar cualquiera.

Por eso, hoy que estaba en mi casa, viendo al nuevo Papa, sentí algo muy extraño cuando escogió rezar exactamente lo que yo, y millones de católicos rezamos a diario. Sentí algo muy extraño cuando me di cuenta que el nuevo Papa me estaba haciendo orar, no sólo gritar o vitorear su nombre. Sentí algo muy extraño cuando me pidió que yo, lo bendijera y pidiera por él, al igual que mis demás hermanos, antes incluso de darme la bendición. Sentí algo muy extraño al verlo salir sin tantos adornos, sencillo, con gestos no de celebridad, sino de siervo. Con una sonrisa que esconde tantos años de trabajo. Y vaya, que hoy, sentí que a mis 23 años, cuanto me hace falta trabajar.

Bienvenido Francisco, a una Iglesia que está en crisis, pero que lo ha estado desde el primer día que fue instituida y que lo estará hasta el día que se termine el mundo. Bienvenido a un mundo que te atacará, lleno de gente que no piensa como tú, y gente que odia lo que tú crees. Bienvenido a un pueblo que te juzgará, inclusive dentro de tu misma casa. Bienvenido al trabajo.

Hoy Francisco, quiero trabajar contigo. Quiero seguir tu ejemplo, quiero quitarme mis adornos y salir por el balcón a servir a la gente. Quiero lanzarle una sonrisa al mundo. A los que esperan mucho de mí, poco, o nada, quiero servirlos a todos. A los que no opinan como yo, quiero servirlos. A los que he lastimado o lastimaré, quiero servirlos. Quiero trabajar contigo desde mi hogar, en las cosas que puedo hacer desde hoy. No quiero imponer mi opinión religiosa, quiero compartir la verdad: que todos somos hermanos. Que el amor, nos ama. Que ese amor es un Padre.

Hoy Francisco, quiero ser el último en la fila. Quiero ser el del último lugar del estacionamiento, y el último en servirse de comer. Quiero poder superar mis miedos y vencer mis malos hábitos, pero además quiero pasar desapercibido. Quiero que la gente se dé cuenta que mi Iglesia no está para conquistar al mundo, sino para servirle. Quiero que Evangelizar a todos los pueblos, se traduzca en caridad para todas las naciones.

Y sé que tú trabajarás conmigo. Sé que no estoy sólo porque el representante de mi Iglesia se despertará todos los días muy temprano para trabajar. Sé que orarás y contemplaras, y al mismo tiempo actuarás. Sé que te haces de cocinar todos los días. Sé que viajabas en metro en tu país. Sé que naciste de padres humildes. Y sé que no flaquearás. Sé que te atacarán, igual que todos los días nos ataca nuestra pena cuando decimos ante un público tan tímidamente: ‘somos católicos’.

Hoy salgo de ese balcón y le grito al mundo que soy católico, no porque quiera presumirlo, y tampoco porque quiera demostrar un punto. Lo hago porque el mundo necesita que me deje de dar pena decir que voy a servirlo. Me acordaré que soy católico la próxima vez que me dé flojera hacer mi trabajo. La próxima vez que quiera mentirle a un cliente. La próxima vez que quiera copiar en un examen. Me acordaré también cuando en una fiesta ofrezcan droga, esa que a tantas familias destruye. Me acordaré el día que me asalten, o me secuestren y tenga que perdonar a los que me ofenden. Me acordaré el día que me insulten o critiquen y tenga que preocuparme por ellos. Me acordaré que soy católico el día que ya no quiera ver a mi familia, o el día que prefiera divertirme en lugar de ir a un evento de mi hermana. Me acordaré que existes tú Francisco, como tantos antes de ti, que también tuvieron que luchar contra sí mismos. Que también tuvieron que aguantar tanto. Que también tuvieron que trabajar tanto.

Hoy salgo de ese clóset en el que vivo cada que me da pena compartir un estado de facebook donde se mencione a Dios. Hoy salgo de esa ignorancia tan palpable en mi vida donde no conozco nada de mi religión. Hoy me doy cuenta que no soy católico porque sea el mejor. Hoy me acuerdo que Jesús vino a sentarse con prostitutas e hipócritas y por eso mismo está sentado en mi vida.

Hoy Francisco, te agradezco por aceptar el papado, te agradezco que te rieras. Te agradezco que salieras tan humilde, que te inclinaras para ser bendecido por tus fieles. Te agradezco que recordaras al Papa pasado. Te agradezco que hables mi idioma, y que te guste el fútbol. Te agradezco que hoy, me hayas puesto a rezar un Padrenuestro y un Ave María. Porque así de sencillo, hoy me has abierto los ojos.

Francisco, a partir de hoy, yo trabajaré contigo.

Texto e imagen de wordpress.com


Cuaresma día por día:
Día 31º. Viernes cuarto


Pureza.

"Por defender su pureza, San Francisco de Asís se revolcó en la nieve, San Benito se arrojó a un zarzal, San Bernardo se zambulló en un estanque helado... Tú, ¿Qué has hecho?", escribía el beato José María.

Así huyeron de las ocasiones, y cortaron las tentaciones los santos. Tú, como ellos, tienes tentaciones. Madre mía, que como ellos sea fuerte para no ponerme en ocasión de pecado (no ver la tele solo, por ejemplo) y para cortar desde el principio las tentaciones. Cuando las tenga, rezará un bendita sea tu pureza, y, así contigo, seré más fuerte.

Coméntale a Dios con tus palabras algo de lo que has leído. Después termina con una oración final.

P. José Pedro Manglano Castellary


Un gran Papa


Intento encontrar en el Papa Francisco algunos rasgos de todos los papas que yo viví:

- De Pío XII le encuentro un notable parecido físico.

- De Juan XXIII le encuentro su bondad de Padre Bueno.

- De Pablo VI le encuentro su seriedad y su contracción al trabajo.

- De Juan Pablo I le encuentro su sonrisa y su simpatía.

- De Juan Pablo II le encuentro su temple y sus dotes de Pastor.

- De Benedicto XVI le encuentro su sensibilidad y su capacidad teológica.

¡Tenemos un gran Papa!... ¡Demos gracias a Dios por esta gracia y recemos por él!

Felipe de Urca


Pedidos de oración


Pedimos oración por la Paz del Mundo; por la Santa Iglesia Católica; por el Papa Francisco, los obispos, sacerdotes, diáconos, seminaristas, catequistas y todos los que componemos el cuerpo místico de Cristo; por la unión de los cristianos para que seamos uno, así como Dios Padre y nuestro Señor Jesucristo son Uno junto con el Espíritu Santo; por las misiones, por nuestros hermanos sufrientes por diversos motivos especialmente por las enfermedades, el hambre y la pobreza; por los presos políticos y la falta de libertad en muchos países del mundo, por la unión de las familias y la fidelidad de los matrimonios; por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas, y por las Benditas Almas del Purgatorio.

Pedimos oración por la Escuela Parroquial Santa María, de la provincia de Buenos Aires, Argentina, para que por la intercesión de la Santísima Virgen, pueda seguir desarrollando sus actividades en el mismo marco referencial en el que lo viene haciendo, educando a los niños y realizando una tarea pastoral y de difusión del evangelio con el pleno apoyo de la Iglesia Católica.

Pedimos oración por Eva Luz O., de Guadalajara, Jalisco, México, que desde ayer comenzó a recibir su primera quimioterapia, esperando el milagro que la sane.


Pedimos oración por estas personas de Santa Fe, Argentina: Marcela Andrea, 44 años, casada, dos hijos, portadora de tumor mamario que hoy será operada; Ceferino, 49 años, tuvo un accidente cerebro vascular que ha afectado la parte izquierda de su cuerpo; Antonio Aniceto, 65 años, con problemas en la vista; y Yésica Daiana, 15 años, con cifosis y otros problemas relacionados que trae desde su nacimiento. Los ponemos a todos en las santas manos de Jesús

Tú quisiste, Señor, que tu Hijo unigénito soportara nuestras debilidades,
para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia;
escucha ahora las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos
y concede a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad,
la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos,
y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén

Nota de Redacción:
Para dar curso a los Pedidos de Oración es imprescindible dar los siguientes datos: nombres completos de la persona (habitualmente no publicamos apellidos), ciudad y país donde vive, y explicar el motivo de la solicitud de oración. Por favor: en los pedidos ser breves y concretos y enviarlos a pequesemillitas@gmail.com y deben poner en el asunto “Pedido de oración”, ya que los correos que llegan sin asunto (o con el asunto en blanco) son eliminados sin abrirlos. No se reciben pedidos de oración a través de Facebook ni por otro medio que no sea el correo antes señalado.
Los Pedidos de Oración se publican de lunes a sábados. Los domingos se publican los agradecimientos por las gracias concedidas.


“Intimidad Divina”

Con Jesús humillado

“Acechemos al justo, que nos resulta incómodo; se opone a nuestras acciones… Lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura, para comprobar su moderación y apreciar su paciencia; lo condenaremos a muerte ignominiosa” (Sab 2, 12, 19-20). El justo humillado y perseguido por los impíos es Cristo; en su vida, y especialmente en su pasión, se verifican de un modo impresionante los detalles descritos en el libro de la Sabiduría. Contra él, inocentísimo, se lanza el odio de todos aquellos que se sienten ofendidos por la santidad de su conducta y de su doctrina. “El mundo me odia… me odia –dirá un día– porque doy testimonio contra él de que sus obras son malas” (Jn7, 7). El Hijo de Dios, que se humilló voluntariamente hasta hacerse hombre, hasta hacerse “pecado” para sustituir a los hombres pecadores, de igual modo, voluntariamente, acepta ser humillado por los mismos a quienes ha venido a salvar. Buscado a muerte por los judíos, Jesús huye varias veces de sus manos, “porque todavía no había llegado su hora” (ib. 30), pero no huye de las contradicciones y de las humillaciones… Las humillaciones de Cristo, son, al mismo tiempo, el precio que él paga para rescatar a los hombres de su orgullo y el estímulo que él les da para que le sigan por el camino de la humildad.

“Tened entre vosotros los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús. Él, a pesar de su condición divina… se despojó de su rango” (Flp 2, 5-7). Estas palabras del Apóstol no serán nunca suficientemente meditadas. Todos los cristianos son llamados a seguir a Jesús por el camino de la humildad, y para hacerlo es necesario “despojarse del propio rango”, es decir, vaciarse del orgullo aceptando todo lo que lo destruye: las humillaciones. Ante todo, la humillación de comprobar las propias deficiencias, faltas, infidelidades, y luego las humillaciones externas que se derivan del hecho de que nuestras limitaciones, defectos y errores son vistos y juzgados por los demás. A muchos les gusta ser humildes, pero son pocos los que aceptan ser humillados; muchos son los que piden la humildad, pero después, en la práctica, huyen de las humillaciones. Sin embargo, así como el estudio es el único medio para adquirir la ciencia, del mismo modo la humillación es el único medio para adquirir la humildad. Por lo demás, la humillación es la parte que, en justicia, le corresponde al hombre pecador.

El Concilio exhorta de un modo particular a los religiosos a que practiquen la virtud de la humildad, “por la que participan del anonadamiento de Cristo” (PC 5). El que quiere asociarse íntimamente al misterio de Cristo –como lo exige la vocación de los consagrados– tiene que internarse en el camino del propio anonadamiento. El hombre por sí solo no es capaz de hacerlo; necesita que Cristo mismo le introduzca en él haciéndole compartir sus humillaciones divinas. Los agravios, las acusaciones, las ofensas, las incomprensiones, los fracasos con que se tropieza en la vida son el único medio: aceptándolos por amor a Cristo, el hombre se abre al don de su humildad divina, entra en el misterio de su divino anonadamiento para alabanza del Padre y salvación de la humanidad. Siguiendo a Cristo humillado hasta la muerte de cruz nos convertimos en glorificadores de Dios y en salvadores de los hermanos. La humildad vence y conquista hasta a los más reacios.

¡Oh dulce Jesús!, me pongo a tus pies, con la certeza de que tú sabes cumplir lo que yo ni siquiera sé imaginar.  Quiero servirte hasta donde tú quieras, a toda costa, al precio de cualquier sacrificio. Nada sé hacer; no sé humillarme, sólo sé decirte, y te lo digo firmemente: quiero humillarme, quiero amar la humillación, la indiferencia por parte de mi prójimo respecto a mi persona; me arrojo a cierra ojos, con cierto deleite, en el diluvio de desprecios, de padecimientos, de humillaciones en que quieras colocarme. Me repugna decirte esto, se me desgarra el corazón al decírtelo, pero te lo prometo: quiero padecer, quiero ser despreciado por ti. No sé lo que haré, es más, no me creo a mí mismo, pero no desisto de quererlo con toda la entrega de mi alma: “pati, pati et contemni pro te” (Juan XXIII, El diario del alma).

P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
.

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