PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año 9 - Número 2336 ~ Domingo
13 de Abril de 2014
Desde la ciudad de Córdoba
(Argentina)
Alabado sea
Jesucristo…
Según una idea muy extendida en el pueblo judío, el
destino que espera al profeta es la incomprensión, el rechazo y, en muchos
casos, la muerte. Probablemente, Jesús contó desde muy pronto con la
posibilidad de un final violento.
Jesús no fue un suicida ni buscaba el martirio. Si acepta
la persecución y el martirio es por fidelidad a ese proyecto de Dios que no
quiere ver sufrir a sus hijos e hijas. Por eso, no corre hacia la muerte, pero
tampoco se echa atrás. No huye ante las amenazas, tampoco modifica ni suaviza
su mensaje.
Le habría sido fácil evitar la ejecución. Habría bastado
con callarse y no insistir en lo que podía irritar en el templo o en el palacio
del prefecto romano. No lo hizo. Siguió su camino. Prefirió ser ejecutado antes
que traicionar su conciencia y ser infiel al proyecto de Dios, su Padre.
Morirá fiel al Dios en el que ha confiado siempre.
Seguirá acogiendo a todos, incluso a pecadores e indeseables. Si terminan
rechazándolo, morirá como un “excluido” pero con su muerte confirmará lo que ha
sido su vida entera: confianza total en un Dios que no rechaza ni excluye a
nadie de su perdón.
Seguirá buscando el reino de Dios y su justicia,
identificándose con los más pobres y despreciados. En el suplicio de la cruz,
morirá como el más pobre y despreciado, pero con su muerte sellará para siempre
su fe en un Dios que quiere la salvación del ser humano de todo lo que lo
esclaviza.
En el amor de ese crucificado está Dios mismo
identificado con todos los que sufren, gritando contra todas las injusticias y
perdonando a los verdugos de todos los tiempos. En este Dios se puede creer o
no creer, pero no es posible burlarse de él. En él confiamos los cristianos.
Nada lo detendrá en su empeño de salvar a sus hijos.
José Antonio Pagola
José Antonio Pagola
¡Buenos días!
Lleno de entusiasmo
La oración que
hoy te ofrezco es muy buena para sanar tristezas, desganas, negatividades, que
te pueden envolver alguna vez. Es del libro del P. Fernández, “Un estímulo
todos los días”, libro que te aconsejo y que persigue la misma finalidad de los
“Buenos días” de nuestro sitio web: regalar propuestas cotidianas para vivir
mejor.
Señor, yo no quiero desperdiciar tus dones,
no quiero desaprovechar los impulsos de tu gracia. Tengo a mi disposición la
vida nueva de la Resurrección y el poder del Espíritu. No quiero desgastarme en
lamentos inútiles. Tú me sostienes, tú me das vida, con tu bendición yo puedo
correr sin fatigarme. Contigo no debo temer que mis energías se desgasten,
porque eres inagotable. Lo que me desgasta es mi desconfianza, mi tristeza, mis
miedos. Renuncio a toda esa negatividad, Señor, para que despliegues en mi
existencia toda tu gloria. Rodéame, penétrame, Señor, lléname de tu entusiasmo
infinito y de tu potencia de vida. Amén.
En esta oración
hay resonancias del profeta Isaías muy hermosas: “Confiaré y no temeré, porque
mi fuerza y mi poder es el Señor, él es mi salvación” (12, 2) y “Los que
confían en el Señor renovarán sus fuerzas, desplegarán alas como las águilas;
correrán y no se agotarán, avanzarán y no se fatigarán”. (40, 31). El Señor
renueve tu entusiasmo.
Padre Natalio
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo uno de los doce, llamado Judas Iscariote,
fue a los sumos sacerdotes y les propuso: «¿Qué estáis dispuestos a darme si os
lo entrego?». Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces
andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de los ácimos se acercaron los discípulos a
Jesús y le preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?».
Él contestó: «Id a casa de Fulano y decidle: ‘El Maestro dice: mi momento está
cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos’». Los discípulos
cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.
Al atardecer se puso a la mesa con los doce. Mientras
comían dijo: «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar». Ellos,
consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro: «¿Soy yo acaso, Señor?».
Él respondió: «El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a
entregar. El Hijo del Hombre se va como está escrito de Él; pero, ¡ay del que
va a entregar al Hijo del Hombre!, más le valdría no haber nacido». Entonces
preguntó Judas, el que lo iba a entregar: «¿Soy yo acaso, Maestro?». Él
respondió: «Así es».
Durante la cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición,
lo partió y lo dio a los discípulos diciendo: «Tomad, comed: esto es mi cuerpo».
Y cogiendo un cáliz pronunció la acción de gracias y se lo pasó diciendo:
«Bebed todos; porque ésta es mi sangre, sangre de la alianza derramada por
todos para el perdón de los pecados. Y os digo que no beberé más del fruto de
la vid hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi
Padre».
Cantaron el salmo y salieron para el monte de los Olivos.
Entonces Jesús les dijo: «Esta noche vais a caer todos por mi causa, porque
está escrito: ‘Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño’. Pero
cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea». Pedro replicó: «Aunque
todos caigan por tu causa, yo jamás caeré». Jesús le dijo: «Te aseguro que esta
noche, antes que el gallo cante tres veces, me negarás». Pedro le replicó:
«Aunque tenga que morir contigo, no te negaré». Y lo mismo decían los demás
discípulos.
Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado
Getsemaní, y les dijo: «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar». Y llevándose a
Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse.
Entonces dijo: «Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo». Y
adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo: «Padre mío, si es
posible que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero,
sino lo que tú quieres». Y se acercó a los discípulos y los encontró dormidos.
Dijo a Pedro: «¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no
caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil». De
nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo: «Padre mío, si este cáliz no
puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad». Y viniendo otra vez, los
encontró dormidos, porque estaban muertos de sueño. Dejándolos de nuevo, por
tercera vez oraba repitiendo las mismas palabras. Luego se acercó a sus
discípulos y les dijo: «Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora
y el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos,
vamos! Ya está cerca el que me entrega».
Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de
los doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, mandado por
los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo. El traidor les había dado esta
contraseña: «Al que yo bese, ése es: detenedlo». Después se acercó a Jesús y le
dijo: «¡Salve, Maestro!». Y lo besó. Pero Jesús le contestó: «Amigo, ¿a qué
vienes?». Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo. Uno
de los que estaban con Él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó
la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús le dijo: «Envaina la espada: quien
usa espada, a espada morirá. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? El me
mandaría en seguida más de doce legiones de ángeles. Pero entonces no se
cumpliría la Escritura, que dice que esto tiene que pasar». Entonces dijo Jesús
a la gente: «¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos como a un bandido?
A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis».
Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. En
aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
Los que detuvieron a Jesús lo llevaron a casa de Caifás,
el sumo sacerdote, donde se habían reunido los letrados y los senadores. Pedro
lo seguía de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote y, entrando dentro, se
sentó con los criados para ver en qué paraba aquello. Los sumos sacerdotes y el
consejo en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a
muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que
comparecían. Finalmente, comparecieron dos que declararon: «Éste ha dicho:
‘Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días’».
El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo: «¿No tienes
nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?». Pero Jesús
callaba. Y el sumo sacerdote le dijo: «Te conjuro por Dios vivo a que nos digas
si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios». Jesús le respondió: «Tú lo has dicho.
Más aún, yo os digo: desde ahora veréis que el Hijo del Hombre está sentado a
la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo». Entonces el
sumo sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo: «Ha blasfemado. ¿Qué necesidad
tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?». Y ellos contestaron:
«Es reo de muerte». Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros;
lo golpearon diciendo: «Haz de profeta, Mesías; dinos quién te ha pegado».
Pedro estaba sentado fuera en el patio y se le acercó una
criada y le dijo: «También tú andabas con Jesús el Galileo». Él lo negó delante
de todos diciendo: «No sé qué quieres decir». Y al salir al portal lo vio otra
y dijo a los que estaban allí: «Éste andaba con Jesús el Nazareno». Otra vez
negó él con juramento: «No conozco a ese hombre». Poco después se acercaron los
que estaban allí y dijeron: «Seguro; tú también eres de ellos, se te nota en el
acento». Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar diciendo: «No
conozco a ese hombre». Y en seguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas
palabras de Jesús: «Antes de que cante el gallo me negarás tres veces». Y
saliendo afuera, lloró amargamente.
Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los
senadores del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y
atándolo lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador.
Entonces el traidor sintió remordimiento y devolvió las
treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y senadores diciendo: «He
pecado, he entregado a la muerte a un inocente». Pero ellos dijeron: «¿A nosotros
qué? ¡Allá tú!». Él, arrojando las monedas en el templo, se marchó; y fue y se
ahorcó. Los sacerdotes, recogiendo las monedas dijeron: «No es licitó echarlas
en el arca de las ofrendas porque son precio de sangre». Y, después de
discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de
forasteros. Por eso aquel campo se llama todavía "Campo de Sangre".
Así se cumplió lo escrito por Jeremías el profeta: «Y tomaron las treinta
monedas de plata, el precio de uno que fue tasado, según la tasa de los hijos
de Israel, y pagaron con ellas el Campo del Alfarero, como me lo había ordenado
el Señor».
Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le
preguntó: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Jesús respondió: «Tú lo dices». Y
mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los senadores no contestaba nada.
Entonces Pilato le preguntó: «¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?».
Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado.
Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el
que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando
la gente acudió, dijo Pilato: «¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a
Jesús, a quien llaman el Mesías? Pues sabía que se lo habían entregado por envidia.
Y mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir: «No te
metas con ese justo porque esta noche he sufrido mucho soñando con Él».
Pero los sumos sacerdotes y los senadores convencieron a
la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús. El
gobernador preguntó: «¿A cuál de los dos queréis que os suelte?». Ellos
dijeron: «A Barrabás». Pilato les preguntó: «¿Y qué hago con Jesús, llamado el
Mesías?». Contestaron todos: «Que lo crucifiquen». Pilato insistió: «Pues, ¿qué
mal ha hecho?». Pero ellos gritaban más fuerte: «¡Que lo crucifiquen!». Al ver
Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto,
tomó agua y se lavó las manos en presencia del pueblo, diciendo: «Soy inocente
de esta sangre. ¡Allá vosotros!». Y el pueblo entero contestó: «¡Su sangre
caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!». Entonces les soltó a Barrabás; y
a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio
y reunieron alrededor de Él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un
manto de color púrpura y, trenzando una. corona de espinas se la ciñeron a la
cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante Él la
rodilla, se burlaban de él diciendo: «¡Salve, rey de los judíos!». «Luego lo
escupían, le quitaban la caña y, le golpeaban con ella la cabeza. Y terminada
la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado
Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado
Gólgota (que quiere decir "La Calavera"), le dieron a beber vino
mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo,
se repartieron su ropa echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo.
Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el
rey de los judíos». Crucificaron con Él a dos bandidos, uno a la derecha y otro
a la izquierda. Los que pasaban; lo injuriaban y decían meneando la cabeza: «Tú
que, destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si
eres Hijo de Dios, baja de la cruz». «Los sumos sacerdotes con los letrados y
los senadores se burlaban también diciendo: «A otros ha salvado y Él no se
puede salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le
creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre
ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?». Hasta los que estaban crucificados con
él lo insultaban.
Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas
sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó: «Elí, Elí, lamá
sabaktaní». Es decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Al
oírlo algunos de los que estaban por allí dijeron: «A Elías llama éste». Uno de
ellos fue corriendo; en seguida cogió una esponja empapada en vinagre y,
sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían: «Déjalo, a ver si
viene Elías a salvarlo». Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.
Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba
abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron, las tumbas se abrieron y muchos
cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó
salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos.
El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo
que pasaba dijeron aterrorizados: «Realmente éste era Hijo de Dios». Había allí
muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús
desde Galilea para atenderlo; entre ellas, María Magdalena y María, la madre de
Santiago y José, y la madre de los Zebedeos.
Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado
José, que era también discípulo de Jesús. Este acudió a Pilato a pedirle el
cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo
de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia; lo puso en el sepulcro nuevo que se
había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y
se marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente
del sepulcro.
A la mañana siguiente, pasado el día de la Preparación,
acudieron en grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron:
«Señor, nos hemos acordado que aquel impostor estando en vida anunció: ‘A los
tres días resucitaré’. Por eso da orden de que vigilen el sepulcro hasta el
tercer día, no sea que vayan sus discípulos, se lleven el cuerpo y digan al
pueblo: ‘Ha resucitado de entre los muertos’. La última impostura sería peor
que la primera. Pilato contestó: «Ahí tenéis la guardia: id vosotros y asegurad
la vigilancia como sabéis». Ellos fueron, sellaron la piedra y con la guardia
aseguraron la vigilancia del sepulcro. (Mt 26,14—27,66)
Comentario
Hoy se nos invita a contemplar el estilo de la realeza de
Cristo salvador. Jesús es Rey, y —precisamente— en el último domingo del año
litúrgico celebramos a Nuestro Señor Jesucristo Rey del universo. Sí, Él es
Rey, pero su reino es el «Reino de la verdad y la vida, el Reino de la santidad
y la gracia, el Reino de la justicia, el amor y la paz» (Prefacio de la
Solemnidad de Cristo Rey). ¡Realeza sorprendente! Los hombres, con nuestra
mentalidad mundana, no estamos acostumbrados a eso.
Un Rey bueno, manso, que mira al bien de las almas: «Mi
Reino no es de este mundo» (Jn 18,36). Él deja hacer. Con tono despectivo y de
burla, «‘¿Eres tú el rey de los judíos?’. Jesús respondió: ‘Tú lo dices’» (Mt
27,11). Más burla todavía: Jesús es parangonado con Barrabás, y la ciudadanía
ha de escoger la liberación de uno de los dos: «¿A quién queréis que os suelte,
a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?» (Mt 27,17). Y… ¡prefieren a
Barrabás! (cf. Mt 27,21). Y… Jesús calla y se ofrece en holocausto por
nosotros, ¡que le juzgamos!
Cuando poco antes había llegado a Jerusalén, con
entusiasmo y sencillez, «la gente, muy numerosa, extendió sus mantos por el
camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino. Y la
gente que iba delante y detrás de él gritaba: ‘¡Hosanna al Hijo de David!
¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!’» (Mt
21,8-9). Pero, ahora, esos mismos gritan: «‘Que lo crucifiquen’. Pilato
insistió: ‘Pues, ¿qué mal ha hecho?’. Pero ellos gritaban más fuerte: ‘¡Que lo
crucifiquen!’» (Mt 27, 22-23). «‘¿A vuestro Rey voy a crucificar?’ Replicaron
los sumos sacerdotes: ‘No tenemos más rey que el César’» (Jn 19,15).
Este Rey no se impone, se ofrece. Su realeza está
impregnada de espíritu de servicio. «No viene para conquistar gloria, con pompa
y fastuosidad: no discute ni alza la voz, no se hace sentir por las calles,
sino que es manso y humilde (…). No echemos delante de Él ni ramas de olivo, ni
tapices o vestidos; derramémonos nosotros mismos al máximo posible» (San Andrés
de Creta, obispo).
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès,
Barcelona, España)
Aviso importante
Informo a los lectores de “Pequeñas Semillitas” y de todos los demás sitios que llevo
adelante en internet, que he de estar ausente desde el lunes 14 de abril y por
unos 20 (veinte) días aproximadamente, por la realización de un
viaje-peregrinación que me llevará a varias ciudades de Italia donde hay santuarios
de nuestra fe (Asís, Padua, Montichiari, Siena, Cascia, Loreto, San Giovanni
Rotondo) y culminará en Roma el domingo 27 de abril en la ceremonia en la cual
el Papa Francisco, en la Plaza San Pedro, canonizará los beatos Juan XXIII y
Juan Pablo II.
Durante este tiempo no tendré modo de comunicarme con
ustedes. Mi teléfono celular es un modelo viejo, sin la tecnología adecuada
para internet o whatsapp y mis tiempos van a ser escasos porque hay que andar
mucho. Por ese motivo pido encarecidamente que no me envíen ningún mail porque
si lo hacen se van a acumular y voy a tener una carga inmensa de trabajo al
regresar.
El muro del grupo “Unidos
al Papa Francisco” en Facebook seguirá abierto a las publicaciones de
ustedes administrado por Carolina Pedri y Elsa Hintermeister.
Todos mis demás sitios en Facebook e internet, quedan
suspendidos hasta mi regreso.
Para seguir leyendo el Evangelio de cada día
con su comentario pueden hacerlo entrando acá.
Para consultar el santoral de cada día pueden entrar acá.
Tomando prestadas las palabras habituales del Papa
Francisco, me despido con un pedido: “recen
por mí”.
Felipe
Palabras del Beato Juan Pablo
II
“Subamos a Jerusalén, donde el Hijo del hombre será
entregado a la muerte y crucificado, para resucitar al tercer día. La fiesta de
hoy, domingo de Ramos, nos recuerda y hace presente la entrada de Jesús en
Jerusalén, cuando los hijos e hijas de Israel proclamaron la gloria de Dios,
saludando «al que viene en nombre del
Señor: ¡Hosanna al Hijo de David!».”
Beato Juan Pablo II
Tema del día:
Domingo de Ramos
La liturgia de este día tiene dos partes bien
diferenciadas. La primera es la bendición y procesión de ramos y la segunda,
que es la Eucaristía, tiene como tono especial la lectura de la Pasión de
Jesús. La ceremonia en torno a los ramos nos recuerda el triunfo de Jesús, que
es como un anuncio del triunfo final de la resurrección. Para llegar a ese
triunfo final, Jesús pasará por la Pasión y muerte en cruz. Es como una
consecuencia de todo su obrar en la vida; pero al final, por medio de la
resurrección, Dios toma posición en su favor e iluminará todo el dolor y la
cruz.
La ciudad de Jerusalén estaba ya envuelta en aires de
fiesta: se acercaba la Pascua y multitudes de gentes de la nación y de otros
lugares iban llegando. Estas reuniones pascuales acrecentaban las expectativas
sobre el Mesías, aunque para casi todos eran expectativas de libertad material,
ya que se sentían oprimidos por el poder de los romanos. Para algunos
discípulos, especialmente para Judas, podía ser la ocasión de la coronación de
Jesús-rey en Jerusalén como descendiente del rey David. Quizá Jesús se dejó
llevar al principio por el entusiasmo de otros, entendiendo que era la ocasión
para manifestar con más vigor el advenimiento del verdadero Reino de Dios. Y
montado en un asno, triunfante y sencillo a la vez, se dejó llevar hacia la
capital, al tiempo que la gente daba vítores de alabanza a Dios.
La liturgia no es sólo un recuerdo. Nosotros con la
procesión de los ramos en verdad acompañamos a Cristo que entra triunfante en
nuestras iglesias. Y como aquel día, Jesús contempla a los que están allí y a
los que están lejos de la procesión. Allí veía en primer lugar un pueblo bueno,
peregrinos que salen a su encuentro, deseosos del bien y de la paz, gente que
aclama al Señor. Así hay muchas personas buenas que van a la procesión y con
los ramos quieren simbolizar sus deseos de paz y de acoger a Jesús en sus
vidas. Pero Jesús veía a otros, que estaban allí por intereses mezquinos. Sigue
viendo hoy a muchos cristianos, que quizá van a la procesión por costumbre,
porque parece bien, pero viven en pecado y lo peor es que no piensan salir del
pecado. Otros ni siquiera iban a aquella procesión y con envidia lo criticaban
y esperaban a Jesús para acabar con El. Hoy también sigue habiendo muchos que
tergiversan su mensaje, que hacen maquinaciones hipócritas contra la religión,
o que quieren dominar la religión con dinero, como los jefes del templo en
tiempos de Jesús.
En la Eucaristía de este día se lee la Pasión de Jesús.
En este año según san Mateo. Este evangelista, que escribe especialmente para
los judíos, pretende sobre todo demostrar que Jesús es el verdadero Mesías
anunciado por las Escrituras. Un ejemplo
es la profecía de que sería vendido por treinta monedas, el valor de un
esclavo. Entre los protagonistas, por la parte negativa, está Judas. Jesús no
es que buscó la muerte, sino que la aceptó. Y uno de los mayores culpables fue
Judas. Quizá por su deseo de grandeza se siente fracasado y desilusionado con
Jesús, y quiere hacer daño a quien le ha hecho fracasar. Siempre estaba
dispuesto a criticar y le supo mal que el Maestro le delatase delante de todos,
cuando lo de María, la hermana de Lázaro y el ungüento. Además era ladrón y se
dejó llevar por la avaricia. No ha comprendido a Jesús. Esto nos puede hacer
mucho que pensar porque un pequeño vicio, si no lo atajamos a tiempo, nos puede
llevar al abismo de un gran vicio y aun de todas las maldades.
Otro de los culpables fue Pilatos. Es el hombre que quiere
dejar contentos a todos. Y esto es muy difícil o imposible. En realidad sólo le
interesaba su cargo y su prestigio. Hoy hay muchos pilatos. Hay muchos que por
no querer renunciar a su vida dominada por el materialismo, se tragan todas las
leyes morales. En estos días Jesús quiere triunfar en nuestro corazón. La
Pasión nos enseña que la vida es un camino hacia la cruz a partir de una vida
de entrega a Dios y a los hermanos.
P. Silverio Velasco (España)
Nuevo video y material
Hay un nuevo video subido a este blog.
Para verlo tienes que ir al final de la página.
Hay nuevo material publicado en el blog
"Juan Pablo
II inolvidable"
Puedes acceder en la dirección:
Un estímulo todos los días
Abril 13
“Señor Jesús, muchas veces te he contemplado crucificado
y me he compadecido de tu dolor. Muchas veces te he ofrecido pequeños
sacrificios como una respuesta de amor a lo que hiciste por mí en la cruz.
Muchas veces quise abrazarme a ti, uniendo mis dolores a los tuyos.
Pero hoy me pides que acepte algunas de las humillaciones
que sufro, me pides que entregue mi orgullo herido y que acepte algunos de esos
sufrimientos que me causan las relaciones humanas. Porque también tú pasaste
por esas angustias. No quiero pretender ser más que tú, Jesús. Te lo ofrezco
con todo mi cariño para que mi corazón no se obsesione ni se atormente.
Señor Jesús, que perdonaste a los que te envidiaban, te
lastimaban y te crucificaban, sólo tú puedes regalarme la gracia del perdón
liberador. Coloca en mi corazón el deseo sincero de comprender y perdonar a los
demás, para que pueda mirarlos con tus ojos de amor y compasión. Enséñame a
vencer al mal con el bien, porque los vengativos nunca terminan de buena
manera.
Dios mío, quiero alabarte Señor, y sé que así seré fuerte
para que los que desean mi mal no puedan dominarme. Gracias, Señor. Amén.”
Mons. Víctor Manuel Fernández
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-